El asesinato de dos sacerdotes en México puso nuevamente el dedo en la llaga de la política de seguridad del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien pese a evitar una guerra abierta contra las mafias no logra reducir la criminalidad.
«No vamos a cambiar la estrategia, que sigan con sus campañas de desprestigio», advirtió este jueves el mandatario izquierdista durante su habitual conferencia matutina.
La ejecución a sangre fría de los jesuitas Javier Campos (de 79 años) y Joaquín Mora (81), y del guía turístico Pedro Palma en la iglesia de una región del norte disputada por cárteles del narcotráfico, generó conmoción con reacciones desde el papa Francisco hasta Naciones Unidas.
También desató duras críticas de opositores al gobierno como el expresidente derechista Felipe Calderón (2006-2012), señalado por López Obrador como artífice de la polémica ofensiva militar contra las mafias, conocida como la «guerra contra el narco».
«Quien delinque sabe que le espera el abrazo y no el castigo», tuiteó Calderón el miércoles, aludiendo al lema «abrazos, no balazos» con el que López Obrador resume su política de pacificar al país atendiendo la pobreza y la falta de oportunidades como causas de la violencia criminal.
Desde 2006, cuando Calderón militarizó la lucha antidrogas apoyado por Estados Unidos, México acumula unos 340.000 asesinatos. Entre las víctimas de la última década se cuentan unos 30 curas, según oenegés.