Hace un año, el presidente de la República, Nayib Bukele, cruzó una línea de difícil retorno. En un intento por presionar a los diputados de la Asamblea Legislativa , militarizó y llenó de policías fuertemente armados la sede de la Asamblea Legislativa.
Este ha sido el golpe más fuerte a la frágil y joven democracia salvadoreña desde la firma de los Acuerdos de Paz en 1992. En ese momento, se buscó dar fin precisamente a la violencia política , a la instrumentalización de los cuerpos de seguridad y se apostó por anteponer la negociación y el diálogo sobre la amenaza.
Todas esas líneas fueron pisoteadas ese domingo 9 de febrero de 2020 por el presidente Nayib Bukele, en su afán por enviar un mensaje intimidatorio a los partidos de oposición.
Durante todo el fin de semana de la toma, ordenó retirar la seguridad de los diputados y patrullas merodeaban las casas de varios legisladores de oposición, en un intento por forzar una discusión que ya estaba agendada para la semana siguiente. El ministro de la Defensa, en clara contraposición al espíritu de los Acuerdos de Paz, convocó a una conferencia de prensa y juró lealtad máxima al comandante en jefe, y no a la Constitución